Its the most ridiculous time of the year. Lets forget about the climate for a month.

Well and can also be the most wonderful time. When most people are screaming of climate demise we some how justify the largest yearly clearcut in the spirit of celebration of peace on earth. Am I…

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El nazi

La semana pasada me tocó atender a unas argentinas. Era el turno de la tarde y yo estaba, como últimamente, de mal genio. Estaba en ese punto del día en el que la mayoría de la gente está saliendo de sus trabajos de oficina para dirigirse a sus casas, o al gimnasio, o a cenar, pero uno está estacionado detrás de un mostrador con la luz amarilla de los focos pegándole en la cara, viendo caer la noche y deseando también adentrarse en ella. Con la mirada fija en el río de sombras humanas que pasaba frente a los grandes cristales del lobby, no me di cuenta de que dos figuras se acercaban a la recepción. -”Good evening!”- saludó una voz. Rápidamente giré el cuerpo sobre mi silla: -”Good evening!”-. A pesar de mi esfuerzo por ser cálida, mis palabras sonaron huecas. -”So, we wanted to ask you about recommendations. Do you have any advice for some interesting activities regarding the 30th anniversary of the fall of the Berlin Wall?”-. Ahh, era cierto, esa semana se celebraban treinta años de la caída del muro y había muchos eventos por toda la ciudad. Me puse a buscar en Google. Mientras pasaba los títulos de páginas de internet en el buscador, pude escuchar que las dos mujeres hablaban español entre ellas. Levanté la vista: -“¿Ah, hablamos castellano mejor?”- pregunté. -“Yes, ok”- me respondió sin ponerme mucha atención la que me había abordado, para inmediatamente continuar la plática con su amiga. Después de unos segundos, volteó hacia mí y apoyó los brazos en el mostrador, cruzándolos uno sobre otro y poniendo la cara sobre las manos. Como era bajita, la barra le quedaba justo bajo la barbilla y la hacía parecerse a una niña atisbando en una tienda de dulces. -“So, we were thinking about going to Brandenburger Gate…”-.-“Ah sí”- contesté girando la pantalla de la computadora hacia su cara- “Ahí va a haber conciertos cada día desde las siete de la noche, mire…”- le mostré. Sin hacer mucho caso a lo que le estaba diciendo, prosiguió: -“And maybe you know something else…”-. -“Ana, escuchá, está hablando en castellano”- dijo por fin la amiga haciendo un ademán exasperado. Ana como que se despertó de un sueño: -“Ay claro, sí, ¡perdón! A ver, dígame”-. Sin entender que había sido eso, me puse a explicarles sin muchas ganas pero con diplomacia acerca de las diferentes actividades turísticas. Por el acento pude adivinar el país del que venían. Tendrían cerca de sesenta años, y la que se llamaba Ana era extrovertida y segura de sí misma aunque un poco dispersa, y tenía unos ojos azules vivarachos que le daban un aspecto juvenil. Con cierta molestia me pregunté si el rollo de estar hablando inglés todo el tiempo habría sido para dárselas de cosmopolita. La amiga era un poco más alta, tenía el pelo café oscuro y muy corto, usaba lentes y daba la impresión de ser mucho más reservada. Generalmente los hispanohablantes que vienen a hospedarse en el hotel se alegran de que algunos de los recepcionistas hablemos español, y por consiguiente, conversan mucho. Por eso, cada vez que me doy cuenta de que se trata de latinoamericanos o españoles, me preparo psicológicamente porque ya se lo que me espera. Esta vez no fue la excepción y nos quedamos hablando como por quince minutos acerca de todo lo que se podía hacer en Berlín, o, mejor dicho, Ana hacía preguntas y yo respondía, mientras que la amiga permanecía dos pasos atrás de ella con los brazos cruzados y expresión seria, apenas haciendo alguno que otro comentario. Los dos días que siguieron ya no las vi por la recepción, pero al tercero, y otra vez de noche, me las volví a encontrar. Ese día tenía aún menos ganas de hablar con huéspedes, es más, de hablar siquiera, de moverme, de hacer algo, pero como para eso me pagaban, me levanté del banco y me arrastré hacia el mostrador preparada para escuchar lo mismo de siempre. Ana ya se había apoyado sobre la barra y me miraba expectante con sus ojos brillantes. -“Mirá, te tengo que contar algo…”- empezó en español y luego se acercó un poco más a mí: -“…Es que se lo tengo que contar a alguien”- concluyó bajando un poco la voz. La cosa sonaba prometedora, así que me concentré y afiné el oído. -“Acabamos de regresar de la exhibición del Terror, esa que está por el muro”- hizo una pausa como para armarse de valor -“Y en la parte donde exhiben a los criminales de guerra vimos la foto de un nazi que conocí, que estuvo de director de colegio allá en Bariloche, donde yo vivía, hace muchos años cuando apenas estaba empezando a dar clases”- Mis ojos se abrieron mucho y mi espíritu se regocijó: por primera vez en mucho tiempo me interesaba realmente lo que un huésped tenía que decir. -“Nooo, ¿Como cree?”- fue lo único que atiné a decir, notando como me llenaba de energía. -“¡Sí!”- continuó excitada, -“Estuve como una hora hablando con él, así, frente a frente como contigo…me hizo una entrevista en el Colegio Alemán para ver si tomaba la plaza de maestra de inglés…habrán sido como finales de los años ochenta, principios de los noventa”. Guardó silencio como recordando. Yo no sabía qué decir -en realidad no había nada que pudiera aportar- y esperé con emoción a que siguiera, sin importarme mucho que el misterio sobre la predilección de mi interlocutora por el idioma inglés se hubiera resuelto de repente. Siempre había sentido una fascinación extraña por todo lo relacionado con la historia, desde objetos de la vida cotidiana de otras épocas hasta relatos contado por abuelos ajenos, así que esa conversación era para mí lo que para alguien aficionado a la farándula sería leer una revista de chismes. -“Era él- prosiguió -“Recuerdo su cara perfectamente, como si hubiera sido ayer”-. La exhibición a la que se refería era la Topografía del Terror, un museo situado cerca de la Plaza Potsdamer en el área en donde habían existido varios edificios que fueron el centro de operaciones de la policía secreta y el servicio de seguridad nazi entre 1933 y 1945, durante la Segunda Guerra Mundial. Entre otras cosas, estas instituciones eran las encargadas de investigar, perseguir y exterminar opositores políticos, valga la apología. -“Mi amiga María, la que está aquí conmigo viajando, convivió con él como por un año…ella sí dio clases en el colegio cuando estaba de director…era su director, vaya. Le dije que les dijera a los del museo, pero no quiso”. María ya se había subido a su cuarto desde hacía rato. “Ella es más seria, no le gusta contar esas cosas…pero yo sí. Busqué a los administradores del museo y les dije todo, porque, bueno, me parece que esa información se debe de saber”. El teléfono empezó a sonar por cuarta vez y volví a presionar el botón de silenciar. -“Era muy conocido en la ciudad, una persona formal, respetable. Yo ya sabía que era nazi, nos enteramos después de que lo regresaron a Europa…pero verlo en una exhibición junto con los demás me causó mucha impresión…Dicen que hizo muchas atrocidades”-. Yo no veía el momento de preguntarle por el nombre del personaje, pero me controlé. Ella se notaba un poco nerviosa y agregó: -“Si nos vemos otra vez por aquí con María, yo no te dije nada…es más, ya me voy a subir para que no piense que lo estoy contando”-. A la vez que hablaba, escribía algo en un pedazo de papel con mano rápida. -“Mira, aquí está, que tengas buenas noches”- concluyó en voz baja deslizando la hoja hacia mí. Después de regresarle el saludo y esperar a que se cerrara la puerta del elevador tras ella, tecleé impaciente en el buscador las palabras garabateadas en tinta negra:…

… “Erich Priebke”. Si ya estaba emocionada con la historia, lo que encontré me dejó muda: el hombre había sido un capitán de las SS involucrado en el asesinato de 335 ciudadanos italianos en unas fosas a las afueras de Roma, liderado por el jefe de la policía alemana de esa ciudad. La llamada “Masacre de las fosas Adreatinas” fue una represalia por parte de Hitler contra la organización comunista GAP (Grupo de Acción Patriótica), después de que algunos miembros de la misma hicieran explotar una bomba escondida en un carro de basura, matando a 28 policías de las fuerzas alemanas y a dos civiles italianos. Se dice que al enterarse del atentado, Hitler le ordenó a Herbert Kappler organizar la ejecución de diez civiles por cada muerto, pero la cifra terminó por redondearse a 335 personas en total. Carl Schütz estuvo al mando del pelotón de fusilamiento y llevó a cabo las ejecuciones junto con Erich Priebke y otros altos capitanes, incluyendo al mismo Kappler. Se suponía que los elegidos iban a ser solamente prisioneros de guerra condenados a muerte, pero como no se completaba la cifra, llenaron la cuota con detenidos por delitos menores, miembros de la resistencia italiana, judíos esperando su deportación a campos de exterminio y personas acusadas pero puestas en libertad por falta de pruebas. Los mataron por grupos, con disparos en la nuca. Como eran tantos, la operación duró varias horas. Luego cerraron la entrada de las grutas con dinamita…A medida que leía más sobre el caso, el morbo juguetón que sentía al inicio se fue convirtiendo en una sensación rara, como de vacío, como de confusión. Me sentí culpable por tomar la cosa a chisme…pero es que no es fácil tener empatía por lo que se lee en los libros de historia, hasta que algún suceso, o alguna persona, como Ana por ejemplo, te da el hilo que conecta esas cosas con la realidad. Y es que Erich Priebke fue alguien de carne y hueso y la prueba era el testimonio de esta mujer, que lo conoció en otra vida, en su etapa de persona reconocida y miembro destacado de la comunidad alemana de Bariloche. Y esto gracias a que, a diferencia de otros nazis que fueron juzgados inmediatamente después de la guerra, él tuvo la suerte de poder escaparse de una prisión italiana ayudado por la organización secreta ODESSA, y esconderse por un tiempo en el Tirol del Sur, para luego, con ayuda del Vaticano, conseguir pasaportes falsos para él y su familia y embarcarse a América en 1948. Ya en Argentina fue más fácil pasar desapercibido y mezclarse entre la población como un ciudadano más, porque en ese país, y en especial en el sur, existía una comunidad alemana muy sólida producto de migraciones constantes que habían empezado en el siglo XIX. Dicho de otro modo, lo recibieron con los brazos abiertos y le ofrecieron facilidades para que empezara a construir una vida nueva en ese país, incluso después de haber blanqueado su identidad. Su primer trabajo lo desempeñó en una cervecería en Buenos Aires, y luego llegó a Bariloche y trabajó en hotelería. Después puso un local de carnes frías donde tuvo la oportunidad de convivir con la gente e irse ganando un lugar en la comunidad. En 1953, fruto de su dedicación subiendo la escalera social, logró convertirse en el presidente de la Comisión Directiva del Colegio Alemán, y, a mediados de los ochenta, en representante de la Asociación Cultural Germano Argentina. Y no es que la gente no intuyera su pasado. Según el documental “Un Pacto de Silencio” del barilochense y ex alumno del Colegio Alemán, Carlos Echeverría, en ese tiempo la comunidad alemana prefería omitir ciertos temas que fueran inconvenientes para el buen nombre de la patria, aún si eso significara pasar por alto acciones cuestionables llevadas a cabo por sus miembros. Nadie preguntaba nada que pudiera ser comprometedor, y el asunto de la guerra se tomaba como algo que ya había pasado y que no merecía la pena revivir, como sea que hubiera sido. Por otro lado, tampoco es que las personas estuvieran alejadas ideológicamente de lo que estaba pasando en el otro continente: a lo largo del Tercer Reich se llevaban a cabo eventos deportivos de la juventud Hitleriana, se presentaban películas de propaganda y se organizaban conferencias y fiestas. Incluso algunas personas festejaban cada 20 de abril en sus casas el cumpleaños de Hitler. A partir de 1945, algunos de los alemanes que llegaron a Argentina tenían la idea de volver realidad en ese país la visión del nacionalsocialismo que no pudo perpetuarse en Alemania, y recibieron el visto bueno y el apoyo de los representantes alemanes. Con este panorama, Priebke, y otros nazis refugiados en el país como Adolf Eichman y Joseph Mengele, no tuvieron que preocuparse por nada durante algún tiempo.

En el mencionado documental, se puede ver a Priebke en varias tomas como una persona muy bien integrada y cómoda en sociedad, ya en eventos oficiales pronunciando unas palabras en español, ya en una ceremonia de graduación del Colegio Alemán, ya bailando con las señoras en alguna fiesta. Ahora me hacían sentido las palabras de Ana al referirse a él como una persona “reconocida”, es más, por lo que vi en esas imágenes, puedo pensar que hasta querida. Se le ve tranquilo, disfrutando su papel, disfrutando de la vida cotidiana, de su trabajo, de los festejos. Ahora la pregunta es ¿Cómo puede uno vivir con esa soltura después de haberse manchado las manos de sangre?. Porque lo que pasó en esas grutas a las afueras de Roma aquel 24 de marzo de 1944 fue considerado una de las peores masacres en Italia durante la guerra. Específicamente, a Priebke se le atribuye la inclusión de las cinco personas extra en la cuota acordada para su fusilamiento. Entrevistado por Echeverría, uno de los antiguos compañeros de trabajo de Priebke en el hotel “Bellavista” relata cómo un día, durante un descanso, le contó a él y a los otros empleados el episodio. En relación a esas personas que no estaban incluidas en la cuota de fusilamiento, el antiguo colega comentó que: “Ya que estaban, pues, también los liquidaron. Eso nos contó. Totalmente así”. Ese “totalmente así” me quedó más claro cuando vi las imágenes de 1994 en las que un periodista estadounidense intercepta a Priebke en la calle y lo interroga sobre la masacre. Ante la pregunta de por qué les había disparado a los detenidos, siendo que no habían hecho nada para merecer ese castigo, esbozó una pequeña sonrisa de impaciencia y contestó: “Esa era nuestra orden. ¿Sabe?, en la guerra, ese tipo de cosas pasan”. Y con aún más tranquilidad, comentó frente la pregunta de si se consideraba un criminal de guerra: “No, yo nunca maté a un hombre porque fuera judío”. La impresión que da es de tener muy claras sus motivaciones y su posición ante su pasado. Todo perfectamente racionalizado. En una parte de su testamento, escribió: “La fidelidad al propio pasado es algo que se relaciona con nuestras convicciones”. Y tiene sentido. Si una buena parte de su juventud la dedicó al servicio de ciertos ideales, de ciertas formas, y si ejecutó órdenes dictadas y justificadas por dicha ideología, órdenes que en muchos otros contextos serían inaceptables, voltearse en contra de su pasado hubiera representado un peligroso acto de destrucción de la propia identidad. Sería pasar de servidor resuelto y heroico a criminal influenciable y sanguinario. Pero, más allá de estar tranquilo con su periodo en la guerra, estaba orgulloso de ello. Hay quienes dicen que se refería al tiempo en el que fue capitán de las SS como “la época más linda de mi vida”. Y evidentemente dejó esa vida idealizada ahí arriba en el pedestal, para construir sobre ella otra totalmente nueva en Bariloche, logrando conseguir el apoyo político y el respeto de la comunidad. Por eso, después de que saliera la sentencia italiana y lo condenaran a prisión domiciliaria, la gente lo siguió viendo como el mismo buen vecino de siempre. En 1995 lo extraditaron a Roma y finalmente en 1998 lo condenaron a cadena perpetua, pero debido a su edad avanzada, le permitieron cumplir la condena en una casa particular hasta que se murió a los 100 años. Nunca se arrepintió de sus acciones.

Después de que todo salió a la luz, ¿Por qué la gente lo seguía protegiendo, haciéndose de la vista gorda? Como decía el papá de un amigo chileno-alemán: “Ya dejen en paz a esa pobre gente, ¡Por Dios!”, refiriéndose a los “pobres ancianos perseguidos por cosas de guerra” en toda América del Sur. Supongo que para la colectividad en general es más fácil mirar para otro lado que asumir ciertas responsabilidades, pero también, pareciera que en Bariloche el hecho de mantener a Alemania bajo una buena luz era más importante que cualquier cosa que hubiera ocurrido en el pasado. Era casi como si la supervivencia de la comunidad alemana de esa generación en específico dependiera de dar cierta imagen, tanto hacia al exterior, como hacia el interior. ¿Habrá sido María una de las defensoras de Priebke? Cómo sólo la vi un par de veces, no pude reconocer si era alguna de las mujeres de las fotos y videos en el documental. ¿Por qué Ana se había puesto súbitamente tan nerviosa al acordarse de su amiga, cuando me estaba contando la historia? ¿Por qué el acto dramático de pasarme el nombre del oficial en un papel, y asegurarse de que María no se diera cuenta? A lo mejor María siempre supo algo y, como todos los demás, se volteó para otro lado. Y es que al final, si uno está dentro de cierta comunidad, con ciertos pactos que la hacen funcionar de manera pacífica, y si el trabajo de uno, como el trabajo de María en el Colegio, dependen de esos pactos, ¿Valía la pena ponerse en contra? Pero bueno, esas sólo eran especulaciones. La realidad nunca la iba a saber porque las dos mujeres hicieron check out al día siguiente. Mientras leía en internet esa misma tarde las notas periodísticas referentes al fallecimiento de Priebke en el 2013, y sobre que ni Alemania ni Argentina querían enterrar su cuerpo, me acordé de que mi colega argentina me había mencionado algo sobre una queja de “unos huéspedes de Bariloche” en una de las secciones de comentarios del sitio de Booking del hotel. Me metí a la página, y sí, claro que era María, que había dejado el siguiente comentario: “Todo muy limpio, ordenado y prolijo pero falta calidez. Muy bien todo pero no te hacen sentir que sos muy bienvenido”. Bueno María, nunca voy a saber lo que pensabas de Priebke, del nazismo, del secretismo en aquel tiempo en tu ciudad, si es algo que te afecta o si alguna vez te conflictuó, pero por lo menos sé que concuerdas conmigo en un una cosa: tengo que mejorar urgentemente mis habilidades de servicio al cliente.

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